La existencia de restos de construcciones antiguas es abundante en el extenso término municipal de Monroy y tierras colindantes. La toponimia es un buen indicador de la localización de estos yacimientos, romanos (los más frecuentes) o de otras épocas. La sabiduría popular bautizó con términos, más o menos precisos, a todos aquellos lugares que, de un modo u otro, tuvieron relación con poblaciones remotas. Citamos a continuación algunos de los más destacados: 1. CERCADOS. Se pueden rastrear asentamientos en los cercados alejados del núcleo urbano, cuyas paredes fueron levantadas con las piedras de los muros derruidos de antiguas construcciones , como sucede con la Cercas del Bote, las Cercas del Moro, las de Santa Ana y las Cercas de los Valles, entre otras, todas ellas con gran número de ruinas en sus alrededores. Quizá las más identificadas con restos antiguos sean las llamadas “Cercas del Moro”, situadas a unos 2 Km. del pueblo, en el camino de Jaraicejo. La mayoría de las veces, los vecinos de Monroy .como en otros lugares de Extremadura, asociaban las ruinas antiguas con construcciones de época musulmana, de ahí viene la denominación de “El Moro”, que se aplica al arroyo en cuyas inmediaciones se encuentran estos cercados conocidos con el mismo nombre. A juzgar por los restos observados en superficie, se trata de un asentamiento rural romano del Bajo Imperio, aunque no es descartable un origen más antiguo , considerando la proximidad de los “villares” de Parapuños , de origen prerromano (de donde procede el torques de oro al que nos referimos más adelante). Es muy común la existencia de leyendas asociadas a los restos antiguos, como en este caso, en el que los más viejos del lugar contaban que si alguien soñaba tres noches seguidas con el tesoro que había en las cercas del Moro , detectaría el lugar exacto donde localizarlo. En lugares más o menos llanos, rodeados por grandes escarpes o farallones excavados en meandro por los ríos o arroyos, o en los interfluvios de éstos, podemos localizar poblados o asentamientos prerromanos de los siglos V- IV a. C. e incluso de épocas anteriores. Los más significativos de la zona que nos ocupa son el Castro de Santa Ana, el del Azuquén de la Villeta y el tercero, en el aguijón de Pantoja ( estos dos últimos en zonas limítrofes del término municipal). Castro de Santa Ana. Este castro o poblado prerromano se localiza en la hoja Nº 678 del I.G.N a 39º 37’ 30’’ N. y a 6º 11’ 22’’ W. del meridiano de Greenwich, en una superficie amesetada que bordea el meandro que forma el arroyo del Moro, en el paraje conocido como El Cabril, frente a la ermita de la patrona de Monroy, Santa Ana. El área que ocupa el poblado está rodeada en la actualidad por un muro de piedra que muy bien podía superponerse a la antigua muralla del castro, muralla que más que defensa, podría tener como función la de ser un elemento disuasorio y de cerramiento, ya que los escarpes naturales son suficientes como para sentirse protegidos, al menos, en tres de sus flancos. Por el lado del istmo, el que une el meandro con el entorno, no observamos restos de murallón, ni bastiones, ni fosos, ni puertas de acceso.
No existe desde el poblado una visibilidad amplia de las tierras de alrededor, por lo que nos inclinamos a pensar que el interés del emplazamiento se debe, más que al control del territorio, a su magnífico enclave bien defendido por farallones naturales. En superficie hemos podido encontrar restos muy escasos de cerámica que corresponden a dos momentos históricos distintos. Los fragmentos más antiguos están representados por cerámica de pasta marrones y rojas, a torno y a mano, de aspecto rudimentario, tal vez de una fecha tardía de la Edad del Hierro. Los más modernos, corresponden al Bajo Imperio romano, con trozos de galbos anaranjados y restos de tégulas o tejas planas. Según las noticias que tenemos, se han hallado monedas ibéricas de la ceca Tamusia junto a otras del Bajo Imperio de los siglos III, IV y V d. C. La necrópolis castreña se localiza frente a la posible puerta principal, a unos 200 metros de ella. Los pequeños fragmentos de cerámica quemada que afloran en superficie nos indican que los cuerpos fueron incinerados y enterrados en sus proximidades. A la población bajoimperial se la inhumó en los alrededores de la ermita de Santa Ana. Cronológicamente habría que datar el poblado en el Hierro Pleno, siglo IV a. C. volviéndose a habitar en el Bajo Imperio, hasta el s. V.-VI d. C. Aguijón de Pantoja.Se localiza exactamente en la hoja Nº 678 del Instituto Geográfico Nacional a 39º 35’ 36’’ de latitud N. y a 6º 18’’ W. del meridiano de Greenwich.
La desembocadura del río
Tamuja en el Almonte conforma un profundo espigón con buenas defensas
naturales para el Sobre el terreno todavía se pueden encontrar fragmentos de cerámica tanto fabricadas a mano y pertenecientes a finales de la Edad del Bronce y comienzos de la Edad del Hierro, como a torno, de esta última época y que llegan hasta el final de la República Romana. El castro, como casi todos los localizados en la provincia, fue abandonado en el s. I. a C. para ser reutilizado durante el Bajo Imperio, debido a la inseguridad política y social de esa época. Castro de las Villasviejas del Azuquén de la Villeta.Se localiza a 40º 36’ 35’’ N., y a 6º 05’ 55’’ W de Greenwich. Hoja Nº 769 del I.G. N.
En el flanco no limitado
por cauces fluviales y de accesos al castro, los prerromanos, además de la
muralla, excavaron un amplio y profundo foso para su mejor defensa. En el interior del recinto se pueden encontrar fragmentos de cerámica fabricada a mano y a torno de épocas anterromana, romana republicana, bajoimperial y también medieval. Las ermitas alejadas de la población es muy probable que se levantaran sobre lugares de asentamientos prerromanos y romanos y más concretamente, en la zona donde se ubicaba la necrópolis. Este hecho puede constatarse en la ermita de Santa Ana, construida sobre sepulturas excavadas en la roca de época tardorromana e incluso visigoda, entre los siglos IV y VI d. C. Muchas de estas sepulturas fueron saqueadas desde la antigüedad y otras exhumadas en la actualidad, en busca siempre de los tesoros escondidos a los que se hacía referencia anteriormente. Seguramente estos lugares eran considerados en el s. XVII y XVIII como antiguos santuarios cristianos destruidos por los infieles musulmanes. Este pudo ser el motivo por el que levantaron, en pleno Barroco, siguiendo los dictados de la Contrarreforma, los santuarios que hoy conocemos de Santa Ana y San Blas y otras, en el pago de Las Ermitas, junto al río Almonte, ya en término de Trujillo. Dehesa Boyal. Se encuentran en esta finca numerosos restos de construcciones, que ocupan una amplia superficie: afloran cimientos de edificaciones de formas y tamaños diversos (rectangulares, cuadradas, absidales etc). Existe una torre cilíndrica (llamada “Pajar del Toro”) que conserva hasta una altura media la base original y está incluida en un cercado levantado con materiales antiguos, abundantes fragmentos de tégulas y cerámicas bastas de distintos tipos, etc. Tenemos también noticias del hallazgo en esta zona de pesas, cardadores y otros objetos, así como de numerosas monedas romanas de distintas épocas. Igualmente hemos recogido testimonios de la aparición de algunas lápidas con inscripciones también romanas y cuyo paradero nos ha sido imposible determinar. Lucia. El topónimo Lucia, (y no Lucía, con acento en la i) nos hizo pensar en un nombre que tuviera algo que ver con un posible poseedor de un “fundus” o gran propiedad territorial de época romana, situada en lo que hoy conocemos como dehesa “La Lucia”. La intuición y algo de suerte nos llevó a descubrir en sus proximidades la “villa romana de los Términos”. Tesoro. Pero no hubiéramos llegado tan pronto a localizar el yacimiento, si no hubiera sido porque junto a la linde de “La Lucia” se encuentran los “Mochuelos del Tesoro”, pago donde se encuentra el yacimiento. La procedencia de este vocablo puede deberse al hecho que algún campesino o ganadero, hace tiempo, encontrase allí algún lote de monedas o tal vez alguna pieza de cierto valor,o, más probablemente la profusión de materiales que iban levantando los arados hiciese pensar en la existencia del codiciado tesoro. En ocasiones estas fantasías se volvieron realidad ya que algunos lugareños tuvieron la suerte de encontrar tesoros reales, como el torques o brazalete circular y extremos engrosados, de oro macizo, del Bronce Final, fechado en el s. VIII a. C. , que hoy se encuentra en el Museo Arqueológico Provincial, hallado por Marcelo Lancho Leno en la finca Parapuños de Doña Teodora, o el tesorillo de 24 monedas de plata, denarios romanos del s. II y I a. C. que un pastor, Fernando Muñoz Galea, exhumó en 1964 en la finca Parapuños de Varela, propiedad de doña María Camarero, o las monedas de oro que sacaron a la luz unos agricultores en la dehesa El Pizarro. Tejarejos. A veces se denominan las fincas con el topónimo de los restos que se encuentran en superficie, como sucede en las fincas Tejarejo, derivado de las tejas que se extienden en, al menos, dos asentamientos rurales romanos. Villares. El topónimo villares identifica con seguridad restos de antiguos asentamientos, romanos o de otras épocas. Los villares no son sino majanos o montones de piedras que los agricultores reunían en determinados lugares para que no entorpecieran las labores agrícolas. Valgan como ejemplo los yacimientos mencionados anteriormente. .
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