Texto: Santiago García Jiménez-José Mª Sierra Simón Los días festivos rompían la monotonía de la vida cotidiana de los monroyegos al sustituir el duro trabajo cotidiano por jornadas de asueto y entretenimiento. Eran días,sobre todo, de buen comer y mayor beber, de vestirse con las mejores galas, de bailar y cantar, de trasnochar y de olvidarse de los problemas que agobiaban de forma casi permanente. La Iglesia Católica después del Concilio de Trento, en plena Contrarreforma, favoreció las fiestas religiosas con una doble función: por una parte, la de glorificar los dogmas de la Iglesia y, por otra, como medio de propaganda de la fe católica. Pero, paralelamente a estas funciones, las fiestas sirvieron como instrumentos para controlar las creencias ancestrales de origen pagano y favorecer las manifestaciones de la religiosidad popular. Por eso las principales fiestas tienen, en su mayoría, un componente religioso y es preceptivo asistir antes a la iglesia a oír misa con sermón y tal vez procesión, al ofertorio o al rosario, para, después, dar comienzo la festividad profana. Las fiestas anuales estaban unidas a los ciclos naturales y agrícolas . Este ordenamiento fue asumido por el Cristianismo que repartió el año festivo en periodos donde intercala etapas de dolor con otras de alegría.
En Monroy, la Navidad inaugura el tiempo invernal festivo que culmina y finaliza en los Carnavales. La noche de Navidad no se diferenciaba mucho de las demás noches del año, a no ser en la comida, y esto en las casas más pudientes. Habitualmente se reunían para cenar todos los miembros de la unidad familiar en su domicilio o en el de los abuelos. Antes y después de este acto, más o menos entrañable, los varones solteros rondaban por las calles del pueblo con canciones propias de Navidad, como los villancicos, mezclados también con canciones de ronda, al son de la zambomba, la pandereta, el almirez, las botellas, las sartenes, las castañuelas y alguna guitarra. Uno de estos villancicos decía:
Eran comidas típicas de estas fiestas, además de la caldereta y el arroz con patatas y bacalao, ciertos platos más especiales, entre los que destacan las sopas dulces, que tenía como principal ingrediente el pan frito al que se superponía una capa de nueces con azúcar machacado y todo ello mojado con horchata y agua con canela . El sapillo es otro plato navideño compuesto con migas de pan y huevo frito. No podían faltar tampoco en estas fechas las torrijas de pan y las tortas de alfajó, elaboradas éstas con una mezcla de nueces, higos y miel. También estaba presente el turrón del pobre, de bellotas metidas en higos pasos, dulce sustituido recientemente por los turrones y mazapanes. Todo ello se acompañaba con un buen vino de pitarra, para los hombres, y gloria para las mujeres. El aguinaldo. Después del día de Navidad los niños tenían por costumbre, hoy perdida, de ir casa por casa cantando villancicos y pidiendo el aguinaldo con la siguiente salutación:
El aguinaldo solía consistir en higos pasos, bellotas y, cómo no, alguna perra chica o perra gorda .
Hasta comienzos del siglo XX no había costumbre, en Monroy, de hacer regalos a los niños la noche mágica de Reyes, a tenor de los relatos que nos hacen nuestros informantes más ancianos. Pasado el tiempo, comienza a generalizarse la costumbre en las familias adineradas de entregar a sus pequeños como regalo navideños naranjas, manzanas o frutos secos de la tierra, siempre que su comportamiento a lo largo del año hubiera sido aceptable. No será hasta algunos años después de la Guerra Civil cuando los niños monroyegos pidan a los Reyes que les “echaran” algún juguete. Para ello colocaban en las ventanas o balcones sus zapatos o botas (con cebada para los caballos de los Reyes) donde los Magos, por la noche, depositaban su regalo: muñecas o juegos de cocina, dulces como anguilas, chocolate, etc. para las niñas y balones, tartanas, coches, motocicletas, caballos de cartón, aros, etc. para los niños.
La fiesta de S. Sebastián, también conocida como fiesta de los borrachos, se celebraba el día 20 de enero. Por la mañana muy temprano, al alba, los mayordomos de la cofradía, después de ir a la iglesia acompañados del flautista y el tamborilero, recorrían todo el pueblo cantando la siguiente alborada:
A las once de la mañana iban los fieles a misa mayor con sermón y sacaban en procesión la imagen por las calles habituales.
Al ser este santo el abogado contra la peste
era muy rara la aldea o villa que no tuviera erigida una ermita bajo su
advocación. Esta fiesta desapareció hace muchos años y sólo la recuerdan
los más ancianos.
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